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Borgenok

Boss, House of Cards, Borgen… Desde hace un tiempo prolifera la oferta de series políticas de alto nivel. ¿Pero tienen algo en común un corrupto e implacable alcalde de Chicago, un intrigante y manipulador político de Washington y una limpia y bienintencionada primera ministra de Dinamarca?

Por lo pronto coinciden en los papeles clave: el político y su pareja, el asesor y el/la periodista. Cuatro personajes que articulan tramas en las que tampoco faltan los ingredientes habituales del género desde Shakespeare: poder, traición, mentira, sexo, muerte, información, manipulación…

En Boss asistimos a las maniobras del alcalde de Chicago Tom Kane para aferrarse a un poder que corre el riesgo de disolverse como el polvo que lleva el viento de la ciudad si alguna vez llega a hacerse público que padece una enfermedad degenerativa. La elección de Chicago no es gratuita. Hace ya muchos años que la ciudad a orillas del lago Míchigan se convirtió en sinónimo de corrupción política en EEUU (1).

Boss opening credits from Skorpio31 on Vimeo.

Boss fue la gran apuesta de la cadena Starz para elevarse al nivel de las series de culto de HBO y AMC. La simple lectura del guión bastó a los directivos para encargar ocho episodios de una tacada. Gus Van Sant imprimió una realización manierista al proyecto y el actor protagonista, Kelsey Grammer, se llevó el Grammy de 2012 frente -atención- al gran Bryan Cranston de Breaking Bad y el Steve Buscemi de Boardwalk Empire.

Sin embargo, el entusiasmo inicial se desinfló a la vista de las audiencias. Starz canceló la serie en la segunda temporada. ¿Qué fallaba? Quizá, dicen, el público no terminaba de ver al Kelsey Grammer de Frasier en el papel de malvado -y eso que lo borda-, quizá la serie pecaba de pretenciosa, quizá la programación no fue la más adecuada, quizá la historia era excesivamente fría… Entre los posibles defectos añado otro: no se salva ni uno solo de los personajes, el paisaje moral es desolador, la corrupción más absoluta aleja cualquier atisbo de «simpatía» por la historia.

Si Boss corta de raíz toda «identificación» con los personajes, House of Cards nos presenta un Frank Underwood (Kevin Spacey) que ejerce sobre nosotros la fascinación del mal. La serie -inspirada en la británica del mismo título- se sostiene sobre la tela de araña que van construyendo la palabra de Spacey, el rostro de Robin Wright. No son Macbeth y Lady Macbeth, pero por momentos un aire shakespeareano envuelve la escena. Sobre todo en esas tiradas de Spacey, mirando a la cámara, interpelando al espectador, como un nuevo Ricardo III en el Potomac que confía al público sus traiciones –Plots have I laid, inductions dangerous,/By drunken prophecies, libels and dreams

House of Cards Main Title Sequence from Drew Geraci (District 7 Media) on Vimeo.

Y en esto nos llega -con retraso- Borgen (2). Lejos del corrupto Chicago de Tom Kane y de las conspiraciones de Capitolio de Frank Underwood. Drama político en Dinamarca. Ya no es el país podrido de Hamlet -«something is rotten in the state of Denmark»-, sino en la Dinamarca del siglo XXI.

Con una población de cinco millones y medio (para hacernos una idea, como la Comunidad Valenciana sin el sol del Mediterráneo) y una extensión como la de Extremadura (sin contar Groenlandia ni las Feroe, claro), Dinamarca encabeza todas las lístas de las democracias más virtuosas.

Los daneses disfrutan de una de las más altas rentas per capita del mundo y pueden alardear de un bajo índice de desigualdad social. En Transparency International,  Dinamarca aparece como el país menos corrupto del mundo (al menos, ésa es la percepción). Ejemplo de estado de bienestar y de una economía avanzada que se adapta a las evoluciones del mercado con la «flexiseguridad» -ellos inventaron el concepto- que combina lo mejor de la innovación capitalista con lo mejor de la protección socialista. Por si faltaba algo, Dinamarca es además el país más feliz del mundo . Y eso a pesar de un clima gris y desapacible. En definitva, la admirada utopía nórdica.

Borgen / Government – title sequence from Benny Box on Vimeo.

Frente a Boss y House of Cards, Borgen -al menos la primera temporada que acabo de terminar- se presenta como una serie modesta. Ahorra cualquier tipo de realización efectista. La primera ministra continua viviendo en su casa como cualquier otra ciudadana danesa. Por cierto, la serie incluye una subtrama familiar absolutamente nórdica. ¿Se puede conciliar la vida familiar con la actividad política? Ver a la primera ministra cocinar, lavar los platos o irse de compras navideñas con la familia mientras negocia vía móvil el apoyo de los presupuestos nos situa muy, muy lejos de las atmósferas siniestras de Boss y House of Cards.

Pero Borgen termina donde empiezan las otras dos series. Responde a una pregunta simple y antigua: ¿puede uno pasar por la política y mantenerse incólume?

Las similitudes entre Boss, House of Cards y Borgen van más allá de los cuatro personajes mencionados arriba. La coincidencia se llama Maquiavelo. 500 años después no ha perdido validez como el gran intérprete de la política que sobrevuela Copenhage, el Capitolio y el lago Míchigan. De las diez citas que abren cada uno de los capítulos de la primera temporada de Borgen, cuatro son de El Príncipe. Y otras tres de «buenos lectores» de Maquiavelo: Mao, Churchill y Lenin: «La confianza es buena, el control es mejor».

Uno pensaba que la pequeña y modélica Dinamarca habría alcanzado un estadio «postmaquiavélico» de la política, pero parece que no. Sí, asistimos al mercadeo de los gobiernos de coalición tan habituales en esas latitudes (y que quizá pronto importemos por aquí), pero lo más revelador es comprobar cómo las máximas del florentino rigen también en los corredores del poder en Copenhage. Va a ser que la Suiza del reloj de cuco y el «brotherly love» no fue más que un hallazgo brillante de Orson Welles para rematar la escena de la noria en el Prater vienés. No existe. La política es así. En la Florencia de los Medicis y en la Dinamarca de Birgitte Nyborg -interpretada por Sidse Babett Knudsen.

Borgen muestra el proceso por el que la política devora a la «chica buena» del Partido Moderado. Maquiavelo, decíamos, abre y cierra la serie: «Un príncipe siempre tiene una razón legítima para incumplir sus promesas». Fin de la cita y os evito spoilers.

fuego y cenizas

En Fuego y cenizas, Michael Ignatieff reconoce que él, profesor de Política «había dado clases sobre Maquiavelo, pero no lo había entendido»:

«…la profundidad de Maquiavelo no desaparece una vez que se dejan de lado sus metáforas. La política se desarrolla bajo la mirada de una diosa caprichosa. La política real no es una ciencia, sino más bien el intento incesante de unos avispados individuos por adaptarse a los acontecimientos que Fortuna va situando en su camino. Sus aptitudes básicas pueden aprenderse, pero no pueden enseñarse. Mientras que el medio natural de un pintor es la pintura, el de un político es el tiempo, porque debe adaptarse continuamente a sus cambios repentinos, inesperados y brutales. Un intelectual puede estar interesado en las ideas y las políticas mismas, pero el interés de un político  reside exclusivamente en saber si el tiempo para una determinada idea ha llegado o no… Lo que calificamos como suerte en política es en realidad un don para aprovechar el momento exacto, para saber cuándo actuar y cuándo esperar una oportunidad mejor. Sólo los tontos creen que pueden controlar el tiempo. Ser modesto acerca de lo que puedes controlar en una carrera política no es más que simple prudencia… Un politico inteligente entiende que lo único que puede hacer es explotar los acontecimientos en su propio beneficio. Aunque siempre se califica a los políticos de oportunistas, el arte de la política consiste esencialmente en ser  un maestro del oportunismo… (Yo) pensé que podría dominar el tiempo, pero descubrí que él me iba a dominar a mí «

(Michael Ignatieff, Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política, Madrid, Taurus, 2014, pags 50-51)

ignatieff rp

El intelectual metido a político Michael Ignatieff

Ignatieff -historiador, discípulo de Isaiah Berlin, profesor en Cambridge, Oxford, Harvard, Toronto- relata en este libro breve y recomendable sus años como líder político (fracasado) del partido Liberal en Canada entre 2004 y 2011. Un viaje de la pasión a la frustración, del entusiasmo al fracaso. Sí, salió escaldado pero a la vez con una comprensión de los mecanismos de la política que sólo puede dar la experiencia. Son lecciones que probablemente ya conocería por sus lecturas, pero que uno realmente no interioriza hasta que las sufre en carne propia. Destaco algunas:

La tortuosa relación de los políticos con el lenguaje:

«Si has ejercido toda la vida como escritor, periodista y profesor, nada te prepara para el uso del lenguaje una vez entras en la arena política, porque no se parece a ningún juego de palabras al que hayas jugado con anterioridad. Puedes pensar que eres un buen comunicador, pero la primera vez que subes a un estrado para pronunciar un discurso te da la impresión de estar en la película de Woody Allen Bananas, en aquella secuencia en la que el líder de la guerrilla decreta que, a partir de ese momento, el idioma oficial de su país latinoamericano va a ser el sueco. Cuando entras en política dejas atrás el mundo amable en el que la gente te concede un cierto margen de error… para entrar en el mundo de la literalidad hasta extremos impensables… Si llega el momento en que tienes que dar explicaciones en una conferencia de prensa, ya has perdido la mitad de la batalla… Al entrar en política debes renunciar a la espontaneidad y a uno de los placeres de la vida: decir lo primero que se te viene a la cabeza. Si quieres sobrevivir, debes colocar un filtro entre tu cerebro y tu boca. Cuando las palabras son armas que se pueden volver contra ti, expresarte libremente es un lujo que no puedes permitirte… (En) las conferencias de prensa o las entrevistas es mejor evitar la tentación de la franqueza… Toda verdad es buena, dice el proverbio africano, pero no siempre es bueno que se diga toda la verdad. Intenta no mentir nunca, pero tampoco debes contestar a la pregunta que se te ha hecho, sino solo a la que quieres contestar». Pags 99-103

No te creas el más listo de la clase. Nunca minusvalores a tu rival.

«Me he batido en duelo con el primer ministro (Stephen Harper) con la suficiente frecuencia, y tengo que admitir que era difícil, aunque no imposible, hacer que se pusiera nervioso, sacarlo de sus casillas y obligarlo a cometer un error. Por algo es el primer ministro: posee tenacidad, disciplina y crueldad en grandes dosis. Da la impresión de tener convicciones fijas y estables, cuando en realidad está dispuesto a echar por la borda cualquier política cuando le conviene… tengo que admirar su astucia». p127

El recurrente fracaso de los intelectuales en la política:

Desde Platón en Siracusa a Cicerón, Maquiavelo, Burke, Tocqueville, Stuart Mill, Max Weber… «Irremediablemente, pensé que gran parte de la teoría política cuya lectura se requiere a estudiantes de todo el mundo había sido escrita no por aquellos que habían triunfado en política, sino por aquellos que habían fracasado en ella… Que la astucia teórica vaya de la mano del fracaso político con tanta frecuencia arroja luz sobre aquello que hay de específico en el talento político. La candidez, el rigor, la disposición para seguir una idea allí donde quiera llevarnos, la búsqueda penetrante de la originalidad: todas estas son virtudes en la indagación teórica pero pesados fardos en la política, donde la discreción y el disimulo son esenciales para el éxito. Esto apuntaría a que estos teóricos fracasaron porque no podían mantener la boca cerrada cuando la adulación o la democracia partidista se lo exigían… podían carecer de las supremas virtudes que diferencian a los políticos exitosos de los fracasados: adaptabilidad, astucia, reconocimiento inmediato de la Fortuna, una penetrante intuición que permite saber que la situación ha cambiado y que lo que un día fue verdad ya no lo es, además de la noble capacidad de liderar, seducir e inspirar». Pag. 208

ignatieffe liberal

Y, sin embargo, Ignatieff reivindica a los políticos. Son algo más que ese club de intrigantes profesionales que retratan las series de televisión.

«Pudiera ser que sacaras una conclusión equivocada de lo que acabo de decir. Podrías pensar que la política no es más que un juego sucio que no tiene nada que ver contigo. Espero que (cuando) acabes de leer el libro hayas llegado a una conclusión muy distinta: que constituye un noble combate que necesita de autocontrol, un buen juicio y una fortaleza interior mayores de lo que nunca podrías haber imaginado poseer». Pag. 215

«En todas partes la gente quería más dinero de los presupuestos federales, pero también que el Gobierno federal no metiera las narices en la política provincial. La defensa de los local era tan cerrada en la isla de Newfoundland o en el interior de la Columbia británica como en el Quebec rural. A medida que estos hechos iban calando en mí, comencé a contemplar nuestro país como algo político, no natural. En el momento en que empiezas a ver tu país como un ejemplo de voluntad cotidiana y sostenida en  el tiempo, entiendes por qué son importantes los políticos, individuos que reúnen en una misma habitación a personas que quieren cosas diferentes para encontrar aquello que comparten y desean hacer juntas… Hasta que no estás metido en política no entiendes del todo las divisiones de un país y el anhelo de unidad que transciende esas divisiones. Los políticos deben descubrir formas de articular lo que nos es común y después impregnar con esa vida común el tejido de las instituciones. Cuando empecé en la política, no sabía que esa era mi tarea, pero lo aprendí pronto». Pag 85.

Son algunas de las lecciones que Birgitte Nyborg aprende en Borgen (y también que la vida en pareja es más llevadera con servicio doméstico, ¿tanto cuesta en Dinamarca?).

Las segundas partes de Boss y House of Cards me decepcionaron. Espero que no me ocurra lo mismo con la serie danesa. Pero, en fin, en política y en televisión, qué difícil es mantener el nivel…

Notas:

(1)- A los fieles de Boss, les recomiendo la lectura de Boss, el libro del mismo título que el periodista Mike Royko escribió sobre el mítico alcalde de Chicago Richard J. Daley. Daley el senior, no su hijo Richard M. Daley, también alcalde de Chicago (y durante más tiempo). Entre uno y otro, los Daley han ocupado durante 43 años la alcaldía de Chicago. Ahí es nada. Los demócratas llevan gobernando la ciudad desde la Gran Depresión. De hecho, TODOS los concejales son demócratas. El libro de Royko está muy bien escrito. Y creo que resiste el paso del tiempo. Tiene mérito que lo publicara en 1971, cuando la todopoderosa presencia del alcalde Daley aún dominaba Chicago.

(2)-Borgen se estrenó en Dinamarca el 26 de septiembre de 2010. Un año después Helle Thorning-Schmidt se convertía en la primera mujer en ocupar la jefatura del gobierno danés. Como Birgitte Nyborg, también preside una coalición de centro-izquierda. Muchos la recordarán por aquel famoso selfie con Obama en Suráfrica que provocó un ataque de celos a la primera dama estadounidense.

SAFRICA-MANDELA-MEMORIAL