El irreprimible farsante Enric Marco lo ha conseguido: se ha convertido en todo un personaje en manos del novelista Javier Cercas. Al final de El impostor, el propio escritor lo intuye «fugazmente y con vértigo» mientras regresa a Barcelona tras haber pasado el día con Marco. La cita tiene el sabor de Borges:
«Marco nunca había querido engañarme… no había hecho más que tantearme para saber si era digno de que me contara la verdad y para guiarme hasta ella si descubría que lo era… Marco había construido a lo largo de casi un siglo la mentira monumental de su vida no para embaucar a nadie, o no sólo para eso, sino para que un escritor futuro la descifrase con su ayuda y luego la diese a conocer al mundo, igual que Alonso Quijano había construido el Quijote… Marco me estaba usando como Alonso Quijano usó a Cervantes».
Don Quijote, Alonso Quijano, la pluma de Cervantes -«para mí sola nació don Quijote, y yo para él: él supo obrar y yo escribir»- atraviesan el último libro de Cercas. ¿Un recurso trillado? ¿Otra maldita novela de un escritor español manoseando El Quijote? A Cercas le funciona como arma de interpretación convincente. El hombre -el personaje- que se rebela contra su anodina biografía. El escritor que establece con él una relación problemática. El temor a convertir en héroe literario a un infame mentiroso. «Yo no quería escribir este libro» -comienza El impostor-. «No quería escribirlo porque tenía miedo». La teoría sobre Enric Marco con El Quijote al fondo engrandece al personaje. A uno no le comparan todos los días con el protagonista de una obra memorable, Alonso Quijano, el bueno. Cercas, el personaje de la novela que es el escritor Javier Cercas, lo sabe y de ahí los escrúpulos que le atormentan durante años antes de poner su narración negro sobre blanco.
Pero cuanto más bucea uno en la historia de Marco, más se da cuenta de que merece ser contada. Cercas se sorprende, con razón, de que en todo este tiempo nadie haya escrito un libro. ¿Será porque el personaje y su mentira suscitan rechazo? ¿O más bien por nuestra incuria cultural, por la velocidad que devora tantas historias que llegan, pasan y se olvidan? Sea con el Sánchez Mazas que sobrevive a su fusilamiento, con el golpe del 23-F o ahora con Enric Marco, Javier Cercas ha demostrado que cuenta con un magnífico ojo literario para detenerse y buscar entre los pliegues morales de nuestra historia más inmediata.
La noticía dió la vuelta al mundo. Enric Marco, presidente de la Amical de Mauthausen -la principal asociación de españoles deportados a los campos nazis- nunca había estado en el campo de concentración de Flossenbürg, tal y como afirmaba. Ni en el de Flossenbürg ni en ningún otro. No queda ahí la cosa. «Una mentira sólo triunfa si está amasada con verdades». Porque Marco sí había estado en Alemania durante la guerra, pero como trabajador voluntario prestado por Franco al III Reich para devolver las deudas de la Guerra Civil. El rostro y la voz de las víctimas del nazismo en la España que iniciaba el siglo XXI no solo no era un deportado sino que había trabajado para la maquina de guerra nazi. No cabe imaginar un escándalo mayor en un asunto tan sensible como el Holocausto. Qué afrenta a las verdaderas víctimas, qué regalo para los negacionistas, se dijo.
Internos en el campo de concentración de Flossenbürg (izqd.) y supervivientes del campo de Mauthausen en 1945
El minucioso y paciente trabajo de un historiador salmantino, Benito Berrmejo -«un francotirador de la historia»- le desenmascaró en mayo de 2005. Fue a principios de ese año cuando Marco había alcanzado las cotas más altas de su farsa. Escenario: el Parlamento español en la primera celebración del día del Holocausto. En un ambiente cargado de emoción, precedido por el canto fúnebre del kaddish judío y el encendido de seis velas por los seis millones de judíos exterminados, Enric Marco, el rostro y la voz de los deportados españoles, habló ante los presidentes del Congreso y del Senado, el embajador israelí, supervivientes y familiares de deportados.
Cuentan que su melodramática facundia conmovió a los presentes con el cuento de sus padecimientos en un relato que incluía los gritos al bajar de los trenes (¡links, rechts!), el deslumbramiento por los reflectores del campo, los ladridos de los perros lanzados de los SS… ¿A quién no le viene a la cabeza La lista de Schindler y tantas otras películas, telefilms, series, novelas? Exacto. Marco reconstruye lo que ha leído y lo que ha visto.
Mientras a las verdaderas víctimas les cuesta hablar, Marco se desborda con un relato que Cercas califica como kitsch histórico: «El kitsch histórico es una mentira histórica… narraciones plagadas de emoción y golpes de efecto y énfasis melodramáticos, generosas en cursilería pero inmunes a las complejidades y ambigüedades de la realidad… la nueva industria de la memoria necesita alimentarse de kitsch histórico, que regala a quien lo consume la ilusión de conocer la historia real ahorrándose los esfuerzos, pero sobre todo ahorrándole las ironías y las contradicciones… pocos en España suministraron la mercancía tóxica y golosa de ese kitsch con la pureza y la abundancia con que lo hizo Marco», y es posible, añade Cercas, que eso explique el éxito fabuloso que sus relatos. El kitsch histórico, la mentira, la industria de la memoria histórica, el chantaje del testigo, el narcisismo… Las sugerentes reflexiones de Cercas se cuelan entre las capas de la cebolla que va pelando hasta llegar al cogollo del enigma.
Enric Marco habla ante Jorge Semprún en 2004
Unos meses después de su triunfo en el Congreso, en mayo de 2005, el fraude de Marco salía a la luz. La caída definitiva del farsante se lee con la misma tensión que la cuenta atrás para desactivar una bomba. Faltó muy poco -días, horas- para que el impostor actuará una vez más bajo los focos en la solemne conmemoración del 50 aniversario de la liberación de Mathausen que, en esta ocasión, contaba por primera vez con la presencia del entonces presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero.
No sólo la caída, toda la novela de Cercas se lee con la voracidad de una investigación policial. Porque lo que no sabíamos -lo que al menos yo desconcía- es que su papel como supuesta víctima del lager nazi fue sólo la última reinvención verbal de Enric Marco. Años antes había adornado su experiencia como combatiente en la Guerra Civil, su intimidad con líderes anarquistas, su pasado de resistente antifranquista. En distintos momentos se hizo llamar Enrique Durruti, Enric Batlle, Enrique Marcos. Engañó a su familia -a sus familias, más bien-y engañó a tantos que al comienzo de la Transición, en una pirueta de entrada inverosímil, llegó a presidir ni más ni menos que el histórico sindicato CNT. Increible. Él, Enrique Marco, un mecánico de Barcelona que nunca había salido de la mayoría gris y silenciosa del franquismo. En este vídeo (a partir del minuto 3) le podemos ver «actuando» en el histórico y multitudinario mitin de la CNT el 2 de julio de 1977 en el parque de Montjuich de Barcelona. Entonces se hacía llamar Enrique Marcos para distinguirse de otro anarquista de mismo nombre condenado al ostracismo por colaborar con la dictadura.
Recuerda Cercas que los liantes como Marco se mueven como pez en el agua en los tiempos de confusión -las revoluciones, el final de una guerra, un cambio de régimen…- aunque encuentro excesivo elevar el caso Marco a metáfora de la Transición. Marco embellece su pasado gris en el franquismo para reinventarse como héroe en la democracia. La Transición no trata de embellecer el pasado franquista como sí hizo, por ejemplo, Francia con la ocupación. De Gaulle hizo creer que todos habían militado en la heroica resistencia a los nazis. Sin duda algunos embellecieron sus biografías, otros prefirieron reinterpretarla y aún otros, olvidarla, pero también es cierto que la Transición supuso un corte generacional que mandó al desván a los más marcados por su pasado franquista y por el recuerdo de la Guerra Civil. El país quedó en manos de los hijos de los combatientes. Casi hasta el día de hoy, por cierto.
La impostura privada y luego pública de Marco comienza en el tardofranquismo y la llegada de la democracia. Marco, un tipo de abundantes y desordenadas lecturas, se pone a estudiar historia y descubre la fascinación que su pasado republicano desata entre sus jóvenes compañeros antifranquistas. Cuando muere Franco tiene 54 años. La edad perfecta para ejercer de vínculo activo entre dos generaciones, entre el mitificado pasado republicano y los nuevos tiempos. Ni demasiado viejo, como los anarquistas vueltos del exilio en Toulouse, ni demasiado joven como para carecer de un heroico relato de resistencia. La confusión de los tiempos facilita su súbito ascenso en la CNT. Aunque muchos de los viejos se olían gato encerrado. Entre ellos, Santiago Carrillo. Se cruza de refilón con Marco en un funeral, pero fue suficiente para alertar al entrenado y suspicaz olfato del viejo zorro comunista. Otros muchos no. Como la Generalitat, que le otorgó la Cruz de San Jordi, la máxima condecoración civil catalana, «por su fidelidad a la tradición libertaria…, su impulso continuado a la mejora de la calidad de la enseñanza… y su lucha contra el franquismo y el nazismo, que lo llevó a ser detenido por la Gestapo e internado en un campo de concentración».
Todo mentiras o medias verdades. Cercas levanta el velo paso a paso -las capas de la cebolla- y nos arrastra con un relato apasionante. Como toda buena mentira, las de Marco vienen aderezadas con trozos de verdad. Desentrañarlas, investigar cuánto hay de verdadero y cuánto de falso, descifrar sus motivaciones, dan juego a una narración en la que, además, el descubrimiento de la vida «normal», la vida real de Marco «resulta mucho más interesante que la leyenda barata de confusas aventuras románticas que él mismo intentó vender como relato de su vida auténtica», escribe Cercas.
A medida que avanzamos entendemos al novelista caminando sobre el alambre. «¿Era posible escribir un libro sobre Marco sin pactar con el diablo?». La pregunta queda abierta. A diferencia de Capote en A sangre fría, al igual que Carrere en El adversario, el escritor Cercas opta por la primera persona, por intervenir para plantear los dilemas morales que le acosan. Un inciso: me sobran algunas escenas familiares del escritor con su hijo Raül -«no flipes, papi», «por una vez recordé a Bruce Willis y su hijo en trance de salvar el mundo»-.
¿Sobra el novelista con sus dudas y perplejidades morales?¿adopta Cercas una cautela exagerada, autojustificativa e innecesaria? Después de todo Capote y Carrere tratan con asesinos monstruosos. Cercas con un pícaro, un mentiroso, un pecador menor. La aberración moral no está al mismo nivel. Más de un examigo de Marco lo recuerda con cariño y hay momentos en que incluso el personaje se nos hace entrañable. Elijo uno. Cercas acaba de someter a un duro interrogatorio a Marco. Le acorrala. Hablan de un episiodio al inicio de la Guerra Civil. Marco está a punto de reconocer que no participó en la extravagante y fracasada expedición republicana para recuperar Baleares de los fascistas. Y entonces: «Marco se cogió la cabeza con las manos en un gesto que, aunque melodramático, no me pareció melodramático; luego imploró: «Por favor, déjeme algo».
Cercas no sobra. Intenta comprender. Contra lo que temía Primo Levi, «comprender no es justificar». Y hay que comprender no sólo por qué miente Marco, también por qué triunfan sus mentiras y por qué alguien querría contarlas (intuyendo que quizá sea lo que persigue el mentiroso).
Como Don Quijote, Marco a los 50 decide reinventarse como héroe y lanzarse a la busca de gloria. Era el hombre que siempre quería salir en la foto. El mediopata. «Mira, Javier, lo que hay que hacer con Marco es olvidarlo. Es el peor castigo para ese monstruo de la vanidad», le dice una colega de la universidad a Cercas. Cercas ya lo sabe.»La realidad mata, la ficción salva» es la idea más repetida en El impostor (la reiteración abunda en el estilo de Cercas, pero ni molesta ni sobra en la maraña biográfica que es Enric Marco), un libro que Cercas define como «una novela que no es corriente sino una novela sin ficción o un relato real».
Pero novela al fin y al cabo. Como el Lazarillo, como el Quijote, como Madame Bovary… «Marco es el novelista de su vida». La realidad mata, la novela salva. Salva a Marco, ese hombre que anhela destacar entre la multitud. Le salva, por momentos, del destino común que es el olvido. Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto. Pero dentro de unos años, Marco, que aún vive a sus 94 años, seguirá vivo en la novela. La inmortalidad de la literatura. Debe de estar encantado. El mentiroso que siempre empezaba sus frases con un «verdaderamente…» El irreprimible farsante Enrico Marco lo ha conseguido. Y Cercas también.
[…] realidad como A sangre fría de Capote o El adversario de Carrere, gracias a una crítica sobre la última novela de Javier Cercas: El Impostor. El libro, según parece, narra la vida, entre la verdad y la mentira, de Enrique Marco. Lo más […]
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